PRESENTACION ÁREA PROTEGIDA
Arte y vida

Munido de elementos visuales mínimos, William Paats interviene el Patio Central de la Universidad del Sur de Bahía Blanca, Argentina. Y en un acto ritual, comparable al de los antiguos augures romanos, demarca los lindes de lo sagrado y lo profano. Hoy el pomerium romano –espacio geométrico circunscrito fundacional entonces sagrado-es evocado en los jardines de este recinto académico; naturaleza reclamada por el artista como herencia y patrimonio vital de la humanidad y la cultura.

La inquietud histórica hacia la naturaleza derivó en atención especializada, dando nacimiento y forma a aproximaciones mítico-religiosas, artísticas y científicas que pretendían dominarla sacralizándola, representándola y conociéndola. Por siglos, al género paisajístico, por ejemplo, le ha sido confiada la representación de la naturaleza; estrategia que posibilitó adecuar la imagen visual a convenciones morales, ideológicas y epistemológicas en plena vigencia. Baste recordar los encantadores paisajes pintados por artistas del siglo XV de Flandes: íntima, cálida y discreta imagen en su eticidad protestante.

En los últimos cincuenta años, la representación artística de la naturaleza declina para dar lugar a un novedoso modo de operación, la intervención; estrategia del arte de la que se espera explore la naturaleza no para reducirla y domeñarla sin más, sino para conocerla, quererla y por sobre todo preservarla. Es de este giro radical en el arte, con profundo arraigue en una sensibilidad renovada y una conciencia depurada, del que abreva gran parte del arte contemporáneo, de la misma manera que Área Protegida toma conceptos artístico-estéticos que fundan y legitiman el marco integral de la propuesta.

La obra de William Paats evoluciona –en el sentido de adecuación y correspondencia a circunstancias culturales e históricas- en torna al meollo que presupone la madurez conceptual ligada al refinamiento de su intuición sensible. Así, cada uno de los elementos constituyentes de la intervención remite al orden natural o artificial del que
proceden, y con cuya integración busca generar un momento simbólico potente. De ahí que la cinta amarilla, el círculo, el humo, el viento, los sonidos y la luz de ambiente, funcionen más como energías materializadas en el tiempo y el espacio, que como simple dispositivo sígnico.

Si bien la cinta amarilla escinde el espacio y denota atención, no es menos cierto, al tiempo, que su potente significado integrador catalice elementos de todo un universo armonizado: la conciliación entre la naturaleza y el hombre que piensa, siente y desea.
Es claro, entonces, que las formas en cuestión – la cinta y el círculo que evoca a la tierra- devienen campo de fuerzas o, acaso, sutil membrana que acoge, protege y preserva la vida de la tierra y la humanidad; lenguaje cifrado que encuentra, por otro lado, su correlato en el mensaje a los cuatro vientos enviado a través del humo.

William P. como muchos otros artistas del mundo, busca alertarnos respecto de la crisis ecológica y ambiental de nuestro presente y nos propone, además, participar positivamente en la recomposición de nuestra sensibilidad y nuestra conciencia como actitud que funde y estructure la nueva armonía del todo vital, pacto con abierta significación creativa que propende a restablecer la original unidad comunitaria, participativa y ritualizada entre arte y vida.

Por último, de los modos de representación a las formas de intervención en el medio tanto natural como cultural, el arte de hoy se plantea objetivos que pretenden propiciar determinados estados participativos en la construcción socio ambiental, cuya expresión estética, como energía simbólica totalizadora, contrapone la contemplación pasiva a la acción creativa comprometida, o, por decirlo con Heidegger, habitamos el mundo gracias a la poiesis.

Carlos Sosa
Crítico de Arte
Asunción, Octubre de 2007